Queridos Hermanos y Hermanas, ¡El Señor les dé la paz!
Nos preparamos para celebrar Pentecostés, día tan amado por san Francisco que veía en el Espíritu Santo al verdadero Ministro general de la Orden. En este día nos confiamos una vez más al “Señor que da la vida” e invocamos con fe su santa operación (2R 10,8) sobre nosotros y sobre toda la humanidad: ¡Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor!
El Espíritu que hace nuevas todas las cosas
En este momento de la historia, cuando la humanidad atraviesa densas nubes de guerra, violencia e injusticia, necesitamos urgentemente al Espíritu que “hace nuevas todas las cosas”. Nuestro corazón se vuelca con especial dolor y ternura hacia los más pequeños y marginados de la historia: los civiles indefensos y especialmente los niños de Gaza, Ucrania, Congo del Este, Myanmar, Haití, Sudán y tantos otros lugares donde tienen lugar conflictos olvidados pero graves, junto a tantas historias de resistencia y de paz.
No es fácil seguir esperando mientras somos peregrinos en esta dolorosa historia que, humanamente hablando, parece no tener sentido ni salida. Asistimos a mesas de paz que concluyen en nada y no sabemos qué esperar. Sin embargo, es precisamente aquí donde el Espíritu del Señor se nos acerca para sacudirnos del conformismo, la resignación y la indiferencia. Unámonos de distintas maneras a las personas de buena voluntad para no olvidar a las víctimas de cada conflicto y el grito de paz que se eleva desde el desierto humano en el que caminamos. Digamos con fe: ¡Loado seas, mi Señor, ¡por todas tus criaturas!
Jerusalén, ciudad de la paz
El Espíritu del Señor fue derramado sobre Jerusalén, la ciudad de la paz. Lo que está ocurriendo en esa bendita tierra tiene un peso especial para el mundo entero. Creemos que la paz debe comenzar precisamente a partir de Jerusalén: de los jóvenes y ancianos de Gaza que son prisioneros en su propia tierra, de los rehenes que claman por la libertad, de los que claman por la paz y sólo oyen sonidos de guerra y no ven futuro.
Como hijos del Hermano Francisco, quien se hizo peregrino de paz en Tierra Santa y en medio del ruido de las armas, no podemos permanecer indiferentes. Nuestra estrategia para la paz es ante todo la oración humilde y constante, acompañada del ayuno y de la educación para rechazar la lógica del rearme y de la violencia que nos penetra y condiciona. Por eso aprendemos también a alzar nuestra voz, por débil que suene ante los poderosos del mundo: ¡Loado seas, mi Señor!
Movidos por el Espíritu Santo
Movidos por el Espíritu Santo, pidamos al Padre el don de la paz y la justicia, que es Jesucristo mismo, el humilde Príncipe de la Paz. En este tiempo de preparación a Pentecostés, en el que viviremos el Capítulo Internacional de las Esteras (2-8 de junio) y el Consejo Plenario de la Orden en la Porciúncula (8-11 de junio), renovemos nuestra confianza en el Espíritu, que sopla donde quiere y cuando quiere, para hacer florecer de nuevo la esperanza incluso en los desiertos más áridos de la historia humana, incluido el nuestro. Durante estos encuentros invocaremos el don de la paz. Que este contexto dramático ilumine también con audacia nuestro discernimiento para la Orden en nuestro camino hacia el Capítulo General de 2027.
Que el Espíritu del Señor nos convierta en instrumentos de su paz, operarios de la reconciliación, testigos creíbles de esa fraternidad más allá de todo muro y discriminación que el mundo espera.
Con la bendición de san Francisco y la intercesión de santa Clara, les saludo fraternalmente en la gozosa espera de Pentecostés.
¡Veni, Creator Spiritus!
Hermano y siervo
Prot. 114277/MG-91-2025 | | ||