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agosto 02, 2025

Solemnidad de Santa Clara. Carta de los Ministros Generales de la Primera Orden

 ESCUCHAD HERMANAS

 Con ocasión del VIII Centenario del Cántico ''Audite, Poverelle''

 
A las Hermanas de la Orden de S. Clara, de la Orden de S. Clara Urbaniana, 
de las Clarisas Capuchinas

Queridas Hermanas Pobres de Santa Clara, Ke de multe parte et provincie sete adunate,

    Nosotros, Ministros generales franciscanos, os deseamos que ¡El Señor os de Su paz!

    En este Año Santo 2025, celebramos nos sólo el 800º aniversario de la composición del Cántico de las Creaturas, sino también de aquellas “palabras con melodía para las Pobres Damas de San Damián”, conocida como Audite, Poverelle, que San Francisco de Asís compuso «para la mayor consolación»[1], en el invierno de 2025. Los dos textos están particularmente unidos en el tiempo y en la experiencia de vida de Francisco. Podemos decir que casi se continúan e iluminan mutuamente.

    Dada la importancia de este aniversario para toda la Familia Franciscana, y aún más para vosotras, nosotros, Ministros generales francisanos, nos dirigimos conjuntamente a vosotras, «con gran amor», ofreciéndoos algunos puntos de reflexión inspirados en las palabras mismas de Francisco, convencidos de que, incluso luego de 800 años, ellas conservan toda su fuerza y las sentimos de gran relevancia para vuestra vida contemplativa franciscano clareana hoy.

 

    «Audite, Poverelle, dal Signore vocate»: vuestra identidad

    Con las primeras dos palabras que dan el nombre a todo el poema, Francisco, como un padre amoroso y un sabio maestro, invita a las Hermanas de San Damián a escuchar, es decir, a acoger en lo profundo del propio corazón las palabras con las cuales «quiso manifestarles brevemente su voluntad, en el presente y para siempre»[2]. Y la primera voluntad de Francisco fue la de confirmar la identidad de Clara y sus hermanas, la de «Pobrecillas», llamadas y generadas por la Palabra de la Iglesia «para seguir la pobreza y humildad de su amado Hijo y de la Virgen, su gloriosa Madre»[3]. «Poverelle», entonces, es una expresión capaz de expresar adecuadamente vuestra identidad más profunda, «de sintetizar admirablemente un estilo de vida, un modo de estar delante de Dios y de la Iglesia»[4], en definitiva, «la esencia de vuestra Forma de Vida apasionadamente vivida y defendida por Clara durante toda su vida. Y es esta vuestra identidad, es decir, la de Hermanas Pobres» cuyo «verdadero monasterio es la humanidad del Señor pobre y humilde»[5], de mujeres totalmente entregadas a Dios en la contemplación que se caracterizan sobre todo por una vida de humildad y pobreza vivida en fraternidad, que hoy debe ser recuperada y reflejada cada vez mejor en la vida de cada hermana, de cada comunidad y de vuestras Órdenes. ¡A esto sois llamadas por el Señor!

 

    «Ke de multe parte et provincie sete adunate»: la santa unidad

    Desde los inicios, la comunidad de San Damián acogió mujeres, nobles o plebeyas, no sólo de Asís, sino también de diversos orígenes[6] y a ellas se remitían hermanas de culturas muy diversas, como testimonia la correspondencia de Clara con Inés de Praga y Ermentrudis de Brujas. Asistimos hoy con mayor evidencia a una transformación de nuestras y vuestras Ordenes en comunidades cada vez más internacionales y multiculturales. En una comunidad o Federación ahora conviven hermanas de diversas zonas de la misma nación, de países diferentes, con diversos orígenes éticos y culturales y provenientes de contextos sociales heterogéneos. Esta diversidad constituye antes que nada un don precioso, porque enriquece la expresión del común carisma que, enraizado en el Evangelio, es tan rico y profundo que no puede ser plenamente expresado a través de una sola perspectiva cultural. Con todo, esta realidad presenta también un significativo desafío que nos invita a una recíproca y profunda acogida, integrando nuestras diferencias y superando aquellos prejuicios que quizás nos influencien sin darnos cuenta. Nos motiva, además, a un atento discernimiento para evaluar constantemente qué elementos culturales específicos están realmente en consonancia con el mensaje evangélico.

    Por lo que es necesario no dejar de buscar siempre y de conservar a todos los niveles la «santa unidad», que no se tiene que confundir con una uniformidad que aplane o con una diversidad a toda costa, sino que implica considerar todo a partir de aquel vínculo más profundo que os une: la divina inspiración que os ha movido a abrazar la misa Forma de Vida[7].

 

    «Vivate sempre en veritate ke en obedienzia moriate»: el seguimiento de Cristo

    En el cristianismo, la verdad no es un simple concepto o una teoría, sino una persona, Jesucristo, que se autodefine como «la verdad»[8], y con la cual estamos llamados a vivir una relación, una experiencia de encuentro y de conocimiento cada vez más profundos. Vivir «en la verdad» significa sobre todo profundizar continuamente aquella relación con Dios –única e insustituible– de la cual surge nuestra auténtica identidad, nuestra esencia más profunda. También significa conformarse a la verdad de la encarnación del Hijo de Dios, caracterizada por la pobreza y la humildad, siguiendo siempre «la vida y la pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre»[9]. Más que una adhesión teórica a un conjunto de verdades dogmáticas, vivir «en la verdad» nos conduce al corazón de la espiritualidad de Francisco y Clara: seguir a Cristo pobre y humilde, observar su Evangelio en los diversos contextos comunitarios, culturales y sociales en los cuales estamos insertos – en otras palabras, en lo concreto y auténtico de nuestras específicas situaciones de vida. Surge claramente como la vida «en la verdad» de la que hablan Francisco y Clara representen una profunda acogida y una total adhesión a la revelación de Dios en Jesucristo, que exige una «obediencia» radical a Él y a su mensaje. Una obediencia que debe acompañarnos no sólo en el vivir sino también en el morir, en la cual perseverar durante toda la existencia, observando «perpetuamente la pobreza y la humildad de nuestro Señor Jesucristo y su santísima Madre y el santo Evangelio»[10], porque son «felices verdaderamente aquellos a los que les es dado caminar en ella y de perseverar hasta el fin»[11].

    Aquí tocamos la delicada realidad de los pedidos de salida de nuestras Órdenes por parte de hermanas y hermanos, incluso después de largos años de vida consagrada, lo que nos plantea muchas preguntas con las cuales debemos confrontarnos seriamente, especialmente sobre nuestro sentido personal de pertenencia al Señor y a su Evangelio, sobre la calidad de nuestra vida fraterna y sobre la profundidad de nuestra formación.

  

    «Non guardate a la vita de fore, ka quella  dello spirito  è migliore»: la autenticidad de vida

    Notemos ante todo que Francisco no establece una simple oposición entre la “vida externa” y la “vida interna” que, en una lectura superficial, podría ser interpretada como el contraste entre la existencia secular de la cual Francisco se alejó con su conversión[12] y la experiencia claustral vivida por Clara en San Damián. Francisco, de hecho, contrapone la “vida externa” a la “vida del espíritu”, sugiriendo que la verdadera distinción no es entre “externo” e “interno”, sino entre el «vivir según la carne» y el «vivir según el espíritu»[13], entre el «espíritu de la carne» y el «Espíritu del Señor»[14].

    Se trata de dos modalidades existenciales fundamentalmente distintas: una guiada por el predominio del ego (carne), y la otra por el primado de Dios (espíritu). De estas dos perspectivas también surgen diferentes enfoques de la vida cristiana y religiosa. Como Francisco explica: «el espíritu de la carne, de hecho, quiere y se preocupa mucho de poseer palabras, pero poco por tener obras, y no busca la religiosidad y la santidad interior del espíritu, sino que quiere y desea una religión y una santidad que aparezca exteriormente a los hombres»[15].

    La opción a la que estamos llamados a renovar continuamente es, por lo tanto, entre una vida cristiana y religiosa superficial, hecha de exterioridad y formalismos, y una existencia cristiana auténtica y coherente, permeada del misterio pascual de Cristo, deseosa ante todo «de tener el Espíritu del Señor y su santa operación»[16]. Por lo tanto, todos debemos vigilar frente al riesgo de la “mundanidad espiritual”, que el Papa Francisco muchas veces denuncia, la cual «se esconde detrás de apariencias de religiosidad y hasta de amor por la Iglesia y busca, en vez de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal»[17].

 

    «Io ve prego per grand’amore k’aiate  discrecione de le lemosene ke ve dà el Segnore»: el continuo discernimiento

    Un claro indicio del camino según el Espíritu es la actitud de discreción y discernimiento continuo que, en el caso de Clara, Francisco aplica a la cuestión de la limosna, porque su severa austeridad la llevaba a privarse hasta de los bienes esenciales para la sobrevivencia. Por esto, «con gran amor» y preocupación por su salud, Francisco, junto al Obispo de Asís, le impone «no dejar trascurrir ni un solo día sin tomar para sustento al menos una onza y media de pan»[18]. Esta misma discreción nos pone en alerta también sobre el exceso opuesto: una permisividad que conduce al despilfarro de los recursos naturales, cediendo a las tentaciones hedonistas y consumistas. En una de sus Admoniciones, Francisco sostiene que donde hay misericordia y discreción, no hay superfluidad ni endurecimiento[19]. Podemos entender esta recomendación a la discreción/discernimiento no sólo en nuestra relación con los bienes materiales, sino a todas las demás “limosnas”, o «a todos los dones que recibimos del gran Limosnero divino, comenzando del más precioso: nuestra vocación»[20]. Dado que la vocación es un don que continuamos recibiendo de Él, se hace necesario un discernimiento permanente, tanto personal como comunitario, para verificar como estamos cultivando o respondiendo a un don tan inestimable.

    Así mismo, se necesita también discreción en nuestras relaciones interpersonales, comenzando por las que mantenemos con las hermanas de la comunidad, previniéndonos de cualquier forma de abuso. La Iglesia hoy nos pide una particular sensibilidad en nuestras relaciones con todas las personas, incluso estar alertas frente a los contactos que provienen de las nuevas tecnologías de comunicación. En efecto, hoy estamos inmersos en una cultura digital, que necesita de una adecuada formación y un buen discernimiento sobre su impacto en la vida contemplativa.

 

    «Quelle che sunt adgravate de infirmitate, et le altre che per loro sò adfatigate, tutte quante lo sostengate en pace, Ka multo venderite cara questa fatiga»: soportarse recíprocamente

    Entre las realidades sobre las cueles tener discreción, o sea, que requieres de nosotros un buen discernimiento, está la de la enfermedad que, en la comunidad de San Damián estaba al orden del día, comenzando por la misma Clara, obligada a la cama por largos años. También entre nosotros la realidad de la enfermedad se hace cada vez más presente, a veces trayendo grandes sufrimientos a las hermanas y los hermanos que afrontan situaciones de salud muy graves. Somos testigos de la gran fuerza de ánimo de tantas hermanas en la enfermería que no obstante sus sufrimientos, mantienen la serenidad y la alegría del corazón. Son las hermanas que viven el carisma en la plenitud, porque se dejan transformar todas enteras por el Cristo crucificado/resucitado que contemplan. A ellas se unen tantas otras hermanas y enteras comunidades que, no sin dificultad, se turnan para ofrecer a las enfermas los cuidados necesarios y, sobre todo, el afecto fraterno y el apoyo espiritual. Nos parece que precisa- mente porque vio cumplirse esto en la comunidad de San Damián, Francisco, en el Audite Poverelle, extienda esta bienaventuranza que en el Cántico de las Creaturas había referido sólo a los que padecen enfermitate e tribulazione[21], a quien trabaja para las hermanas enfermas. ¡Sí, hermanas, también vosotras sois verdaderamente felices cuando vivís desde la perspectiva de la fe la enfermedad y el cuidado de las enfermas!

    Pero, en cierto sentido, podemos decir que todos nosotros estamos enfermos, o sea, no firmes (infirmi) y, por lo tanto, necesitados de ser consolados y sostenidos por los otros, porque en tantos momentos lidiamos con nuestros límites, con nuestra fragilidad, con nuestro pecado. Estos deberían ser considerados para nosotros como momentos de gracia, porque nos devuelven a nuestra verdadera condición: la de personas siempre necesitadas de la fuerza y la misericordia de Dios, y también del apoyo de los demás, o sea, de alguien que nos ayude a llevar los pesos de la vida. Es entonces que estas situaciones se transforman en ocasión privilegiada para cumplir la ley de Cristo[22], y esto no sólo dentro de cada comunidad sino también entre las comunidades de vuestras Federaciones y de vuestras Órdenes, que muchas veces necesita redimensionar las presencias en diversos lugares, para que a todas las hermanas le sea dado el derecho a vivir, hasta el fin, una vida contemplativa franciscana plena y digna.

 

    «Ka ciascuna serà regina en celo coronata cum la Vergene Maria»: la esperanza escatológica

    La bienaventuranza de la enfermedad para la propia hermana y para las demás, o sea, el ser felices no obstante las situaciones de gran fragilidad, es sólo posible en vista de un valor más grande que la propia salud o bienestar personal, algo que confiere el verdadero sentido a todo y por lo cual vale la pena ofrecerlo todo. Y para nosotros cristinos, lo que puede conferir un verdadero sentido a todo el tesoro escondido o la perla preciosa por lo cual vale la pena venderlo todo[23], no puede ser otra cosa que el amor de Cristo que fue derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo[24], es decir, el Reino de Dios y su justicia[25]. El Reino de Dios está en medio de nosotros[26] pero aún no en su plenitud, está en este mundo pero no es de este mundo[27], va más allá de esto, tiene una dimensión escatológica la cual, para vosotras, según lo pensado por Francisco, tiene una fuerte connotación mariana. De hecho, mucho tiempo antes, en su primer escrito a las Signore Provere conocido como “Forma de Vida”, Francisco consideraba la vida de Clara y sus hermanas como una continuación de la experiencia de María: la hija y esclava por excelencia del Padre, la esposa del Espíritu Santo y la discípula más perfecta de Cristo[28], de tal modo que aquellas que buscan perseverar hasta el fin en el seguimiento de la vida y la pobreza del altísimo Señor Jesucristo y su santísima Madre[29], están destinadas a participar del mismo destino de la Madre de Dios: ser reinas coronadas en el cielo con la «Señora Santa Reina»[30], la Virgen María. Entonces, en la eternidad se cumple en la vida de las hermanas el pasaje de Poverelle a Regine:

    ¡Esta es la grandeza de vuestra vocación, esta es la esperanza escatológica a la cual estáis llamas! Queridas Hermanas, que en este año jubilar de la esperanza podáis renovar la fe en esta gran esperanza de participar de la plenitud de la vida en Dios, en la cual María os ha precedido, recorriendo en este mundo su mismo camino: el de la obediencia, la pobreza, el servicio. Y mientras os agradecemos por vuestro testimonio de vida contemplativa franciscana, por vuestra cercanía a nuestras Órdenes y por vuestras valiosas oraciones, invocamos sobre cada Hermana y sobre todas vuestras comunidades las más abundantes bendiciones de Aquel que es nuestro «Altissimu, onnipotente o bon Signore» y que a todas os quiere «reinas».

    Fraternalmente.

 Fr. Massimo Fusarelli, OFM

Fr. Carlos Trovarelli, OFMConv

Fr. Roberto Genuin, OFMCap

 

Santuario de San Damián, 1 de agosto de 2025
Inicio del Perdón de Asís
 

 


[1] CAs 85,2

[2] CAs 85,3

[3] TestCl 46

[4] Fonti Clariane, editado por Giovanni Boccali, Ed. Porziuncola, 2013, p. 1014.

[5] Chiara Augusta Lainati, en Fonti Francescane, Ed. Francescane, 2004, nota 27, p. 1770.

[6] Como se evidencia de los nombres de las testigos en el proceso de canonización de Clara, por ejemplo: Benvenida de Perusa, Francisca de messer Capitaneo de Col de Mezzo. Lucía de Roma, etc.

[7] cf. RCl 2,1

[8] Jn 14,6.

[9] UltVol 1-3

[10] RCl 12,13

[11] TestCl 73

[12] Test 3

[13] Rm 8,5-9

[14] cf. Rnb 17,10-16

[15] cf. Rnb 17, 11.14

[16] Rb 10,9.

[17] cfr. Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, Roma 2013, n. 93.

[18] LCl 18,7

[19] cf. Adm 27,6

[20] cf. TestCl 2

[21] cf. Cant 20-25

[22] cf. Gal 6,2

[23] cf. Mt 13,44-46

[24] cf. Rm 5,5

[25] cf. Mt 6,33

[26] cf. Lc 17,21

[27] cf. Jn 18,36

[28] cf. FVCl 1

[29] cf. UltVol 1

[30] SalV 1