en un momento difícil de tu vida, marcado por una
misteriosa tentación,
que te ha alejado de los hermanos y te indujo a una
soledad más intensa con tu Señor.
Hermano Francisco,
que subiste a esta montaña
en una época agotadora para la Iglesia, necesitada del
Evangelio,
debilitada por la iniquidad debido al enfriamiento de la
caridad en muchos.
Por eso el Señor te concedió «al final, los dones para
encender la caridad».
Y los signos son los de la pasión que Dios quiso sostener
por nosotros,
en virtud de su inmensa caridad»1
Hermano Francisco,
que subiste a esta montaña,
humilde discípulo de Cristo pobre, ardiente de caridad.
Te pedimos que obtengas del Señor la humildad para vivir
en este tiempo
sin juzgar y alimentar los miedos y el don de la caridad,
amar incondicionalmente.
Hermano Francisco,
que subiste a esta montaña
y fuiste herido por el amor de Cristo.
Tus llagas nos dejan entrever las del Señor en la vida de
muchos,
heridos por muchos males, en los pequeños y excluidos de
nuestro tiempo.
Tus llagas nos invitan a no tener miedo de nuestras
heridas y de las de los demás,
sino creer que, en el Espíritu, es posible una vida nueva
a partir de ellos.
Tus
estigmas nos recuerdan que también la Iglesia, esposa de Cristo,
golpeada
y desfigurada por el
pecado de tantos,
puede recomenzar de esas heridas,
aprendiendo que la verdad libera y la caridad edifica.
Hermano Francisco,
que descendiste de esta montaña,
hombre de alabanza, cantante de Dios, que es Humildad y
Caridad.
Hermano Francisco,
que descendiste de esta montaña,
anunciando la Buena Nueva de Jesús.
Ayúdanos a convertirnos en Sus testigos con una vida
rebosante de amor humilde,
signo del mundo venidero,
canto de esperanza por un tiempo apagado, pero sediento
de esperanza.
Amén.
1 Cf. San
Buenaventura, Sermones
de diversis, 59, n.13.