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julio 27, 2024

Acompañando a nuestros hermanos mayores - Fr. Massimo

      El pasado mes de junio, el encuentro con hermanos aquejados por las limitaciones de la edad y la salud en la Provincia de Francia/Bélgica me impulsó a reflexionar. En tantas casas y enfermerías de todo el mundo, me encuentro con hermanos que han vivido en la Provincia como en una misión. Algunos están serenos y apasionados por nuestro futuro y viven su jubilación y su enfermedad con paciencia, mientras que otros les cuesta más trabajo afrontar sus padecimientos. Recojo hermosos testimonios de vida de hermanos que cuidan de los ancianos, incluso junto a personas externas.

Hasta la fecha, he conocido también a hermanos que han pasado por situaciones muy difíciles, como discapacidades muy graves o sufrimientos mentales graves, así como las consecuencias de procesos por abusos u otras faltas graves. Han sido momentos muy intensos para mí, también emocionalmente. 

Encuentro también a hermanos ancianos y enfermos que son atendidos en sus fraternidades locales, proporcionándoles hospitalidad y dignidad en esta edad y condición de vida. A menudo, toda la fraternidad provincial se hace cargo de esta condición de vida, que no desea marginar.

En todas estas circunstancias estamos llamados a vivir nuestra vocación como hermanos menores en las distintas edades de la vida, hasta su etapa final. La vocación, de hecho, no sólo nos afecta cuando somos eficientes, sino también cuando somos más vulnerables y parecemos humanamente “inútiles”. 

La fragilidad que se nos presenta a través de estos hermanos y hermanas más frágiles es una señal y queremos asumirla con fe y no con resignación o fatalismo. Me pregunto si el Señor no nos pide hoy que respondamos a nuestra vocación precisamente en esta realidad de debilidad, recibida como una oportunidad.

No estamos solos en este reto. Es una realidad que en no pocas sociedades el número de ancianos está aumentando y plantea muchos retos humanos, sociales e incluso económicos. A menudo, la respuesta parece consistir en marginar o aislar en entornos protegidos a los ancianos, a los que se considera más un problema que una presencia y un activo. También suele haber un resentimiento creciente entre las nuevas generaciones por la situación dejada por las anteriores. 

Por eso, nuestra forma de acompañar esta edad de la vida puede convertirse en un signo profético, en una cultura en la que se tiende cada vez más a la muerte como respuesta a la debilidad y al sufrimiento, sentidos como insoportables e incluso no humanos. 

En todo esto, me pregunto qué nos está diciendo el Espíritu del Señor a través de tantos hermanos y hermanas ancianos y enfermos presentes entre nosotros. Gracias a ellos, me parece que se nos impulsa ante todo a no tener miedo a la decadencia y al envejecimiento, a aprender a afrontar, procesar y vivir con la limitación y la muerte como parte de la vida. Este es un signo importante, que nos hace bien, también para estar cerca de tanta gente de nuestro tiempo. Si aceptamos esta lógica pascual, confío en que seamos capaces de reconocer qué futuro nos abre hoy el Espíritu, para una vida plena según el Evangelio.

Fuente: www.ofm.org