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agosto 04, 2024

Carta del Ministro General por la Solemnidad de Sta Clara

«El verdadero amor de Cristo había transformado
en su propia imagen a este amante suyo»
LM, XIII, 5

 

Estimadas Hermanas,

¡El Señor les dé la paz!

La Memoria de la Madre Santa Clara este año coincide con el Octavo Centenario de la impresión de las llagas de San Francisco, culmen de su camino en el seguimiento de Cristo pobre y crucificado. Desde hace tiempo me he preguntado si este evento en la vida de Francisco hizo eco en la experiencia humana y espiritual de Clara. El punto central es la relación con el Señor Jesús. Si para Francisco el misterioso encuentro del Alverna marcó un núcleo ardiente que le preparó para configurarse con la muerte y resurrección de Jesucristo en el encuentro con la “hermana muerte”, para Clara el encuentro con “su” Señor fue la razón de ser de toda su existencia de mujer, vivida en el signo de la pertenencia total a Él.

Me permito sugerir algunas reflexiones que espero sean útiles para su camino carismático, inspirándome también en la enseñanza del Doctor Seráfico San Buenaventura de Bagnoregio, de cuya muerte se cumple este año el 750 aniversario.

 

1.  El contexto de los estigmas en el 1224

Las fuentes hagiográficas nos narran que Francisco de Asís, tras un período intenso y en un momento de “gran tentación”, se retiró al monte Alverna para vivir una Cuaresma de ayuno y oración, como era su costumbre. Es precisamente en este contexto de silencio y oración cuando recibe una visita misteriosa. En el Alverna, el anhelo profundo del Poverello de seguir a Cristo y de conformarse totalmente a Él se cumple en el encuentro con el Crucificado. “Seguir las huellas” de Cristo alcanza aquí su punto culminante, bajo el impulso del “fervor de la caridad” que inflamaba “al amigo del Esposo”. Francisco, encontrando en las criaturas las huellas del Amado,

«sirviéndose de todos los seres como de una escala para subir hasta a Aquel que es todo deseable»[1]. La cita de Ct 5,16 transmite la solidez de un lenguaje amoroso de tipo conyugal, que se hace aún más evidente en este otro pasaje con la referencia a Ct 1,12:

«Cristo Jesús crucificado moraba de continuo, como hacecillo de mirra, en la mente y corazón de Francisco, y en Él deseaba transformarse totalmente por el incendio de su excesivo amor»[2].

Este deseo se ha cumplido en el don de los Estigmas, ya que «el verdadero amor de Cristo había transformado en su propia imagen a este amante suyo»[3].

El encuentro con el Amado se convierte en canto de alabanza; por eso, Francisco, tras el encuentro con el Crucificado, compone las Alabanzas al Dios Altísimo, oración que nace de un corazón enamorado, enteramente centrado en el Tú divino: «Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres altísimo…»[4].

El silencio envolvió la vida de Clara con sus hermanas y custodió su seguimiento de Cristo, al que reconocía como el «pobre Crucificado» al que había que servir «con deseo ardiente»[5]. La oración de Clara se nutría de esta “visión” interior, madurando en la alabanza y la alegría de contemplar a Cristo, el Esposo a quien ha escogido seguir.

Se puede decir, entonces, que Clara vivió a lo largo de su vida el camino de seguimiento que movió al Poverello a recibir el don de los Estigmas en el encuentro de dolor y amor con Cristo pobre y glorioso. Es aquí, creo, donde ella pudo experimentar una sintonía única con la experiencia de Francisco. Por supuesto, esta correspondencia sigue siendo misteriosa y sólo podemos intuir algo a partir de sus escritos.

Sin embargo, un hecho permanece: después de los estigmas, Francisco permaneció largo tiempo en San Damián, ciertamente cuidado por ella y sus hermanas. Conocemos la discreción de ambos y, al mismo tiempo, podemos imaginar que Clara recibió algo del amor y del dolor que experimentaba su hermano, del que el canto a las Criaturas el cual surgió precisamente en ese momento es un eco y una señal indeleble. De esta manera intentaré entrar en sintonía con estas frecuencias, quizás poco frecuentadas, pero de una gran profundidad.

 

2.          Seguir las huellas de Cristo pobre, humilde y Esposo

Seguir las huellas de Cristo es un aspecto central en Francisco y Clara, tanto que se reconoce como núcleo fundamental de nuestra espiritualidad. Los acentos de ambos en este sentido son unitarios y al mismo tiempo diferentes. El testimonio de Bona de Guelfuccio, Decimoséptima Testigo en el proceso de canonización de Clara, dice que «Francisco... siempre la exhortaba a que se convirtiera a Jesucristo»[6]. Es una “conversión” que manifiesta el dirigirse de toda su persona hacia alguien que la atrae: es precisamente el Esposo. La llamada es a seguir a Cristo, el Esposo pobre, como Clara le recuerda a Inés:

«porque, menospreciando las grandezas de un reino terrenal y estimando poco dignas las ofertas de un matrimonio imperial, convertida en émula de la santísima pobreza en espíritu de gran humildad y de ardentísima caridad, te has adherido a las huellas de Aquel a quien has merecido unirte en matrimonio»[7].

 

Seguir las huellas de Cristo pobre conduce, en verdad, a una íntima comunión conyugal:

«y cuando veo que abrazas estrechamente con la humildad, con la fuerza de la fe y con los brazos de la pobreza, el incomparable tesoro escondido en el campo del mundo y de los corazones humanos, con el que se compra a Aquel por quien fueron hechas todas las cosas de la nada»[8].

El tema evangélico del tesoro en el campo es abrazado por Inés con humildad, fe y pobreza, en un movimiento creciente de adhesión a Aquel que es confesado como Señor. Inés es invitada por Clara a fortalecerse «en el santo servicio… del pobre Crucificado…»[9]: Seguir sus pasos resulta un servicio de amor, animado por el deseo que mueve a toda la persona de Inés, que por ello ha «merecido dignamente ser llamada hermana, esposa y madre del Hijo del Altísimo Padre y de la gloriosa Virgen»[10]. La resonancia de estos atributos es profunda y traza un camino cristiano de discipulado y unión con Cristo.

 

La generosa respuesta de Inés permite a Clara exclamar con júbilo:

«…y respiro saltando de tanto gozo en el Señor, por cuanto he sabido y compruebo que tú suples maravillosamente lo que falta, tanto en mí como en mis otras hermanas, en la imitación de las huellas de Jesucristo pobre y humilde»[11].

El seguimiento es un don y un compromiso que toca y enriquece a todos en la fraternidad, porque la bondad circula y hace crecer en el amor y en la comunión vital con Cristo:

«Así también tú, siguiendo sus huellas, ante todo las de la humildad y pobreza, siempre puedes, sin duda alguna, llevarlo espiritualmente en tu cuerpo casto y virginal»[12].

La séquela y la pobreza se unen para una experiencia esponsal de amor y comunión con Aquel que «soportó la pasión de la cruz por todos nosotros»[13].

El atributo exquisitamente esponsal de la unión amorosa con el Señor Jesús, que permea los pensamientos y las cartas de Clara, queda explicitado ya en la primera carta a Inés, con la seguridad, hecha a ella y a todas las hermanas presentes y futuras, de que el Esposo divino, el Señor Jesús –esposo absolutamente más noble que cualquier otro «guardará vuestra virginidad siempre inmaculada e ilesa. Cuando lo amáis, sois casta; cuando lo tocáis, os volvéis más pura; cuando lo aceptáis, sois virgen»[14].

Resuena en estas palabras la referencia al oficio de la virgen y mártir Santa Inés. En uno de los dos sermones dedicados por Buenaventura a esta santa, surge el mismo elogio dirigido de Clara hacia Inés: la mártir, en efecto, había preferido a sus nupcias terrenales las celebradas con el Señor Jesús. Al hacerlo, había mostrado toda su belleza virginal, alabada en palabras de Ct 4,7:

«Eres toda hermosa, amada mía, y no tienes ningún defecto. La segunda parte explica la primera; puesto a que era sin mancha, por eso fue amiga. […] Quien es casto en la carne, en el corazón, en la imaginación y en la conducta exterior, todo él es puro. La castidad es una grande virtud. El esposo eterno no puede amar sino tiene el alma casta. No sin razón gritan los Serafines: Santo, santo, santo. No gritan “grande”, “sabio” o “justo”. ¿Por qué los Serafines gritan santo, santo en lugar de los demás ángeles? Dionisio dice que “santo es lo mismo que puro». Y el sermón termina con una frase muy incisiva: «La unión de Cristo y de Inés es la unión del esposo y de la esposa».[15]

La contemplación asidua al misterio de la cruz se convierte en el abrazo amoroso con el Amado Crucificado, que lleva a sumergirse cada vez más en sus llagas salvadoras, en su corazón traspasado por el amor y para el amor. En este sentido, es ilustrativo un pasaje del opúsculo espiritual De perfectione vitae - Ad sorores, en el que Buenaventura exhorta al alma devota a no contentarse con un contacto apenas esbozado con las llagas del Salvador, diciendo:

«entra por completo atravesando la puerta del costado hasta el mismo corazón de Jesús, ahí transformada en Cristo por un ardentísimo amor al Crucificado, traspasada por los clavos del temor divino, atravesada por la lanza de una devoción sentidísima, traspasada por la espada de la compasión íntima, no busques otro, no anheles otro, no pidas otro consuelo, sino morir en la cruz con Cristo. Y ahora exclama con las palabras del apóstol Pablo: Con Cristo estoy crucificado, y no vivo yo, si no que es Cristo quien vive en mi»[16]

En la especificidad de sus respectivos itinerarios, Francisco y Clara colocaron en el centro «seguir las huellas» de Cristo viviendo sin nada propio, en vista de la unión con el Amor Crucificado, Esposo de la Iglesia y de la humanidad redimida: también se ilumina el significado eclesial de la vocación de Clara.

Me parece que aquí podemos encontrar, en una prolongada mirada contemplativa, el punto de contacto entre el misterio de los estigmas de Francisco y el camino de Clara.

 

3.  Clara sostiene a Francisco

En nuestra iglesia parroquial de Hong Kong, pude ver un vitral que representaba a Clara mientras sujeta al estigmatizado Francisco, casi como María recibe el cuerpo de Cristo crucificado en la “Piedad”. Esta imagen me hizo preguntarme por el eco de este acontecimiento de la vida de Francisco en la vida y experiencia espiritual de Clara.

Vemos cómo Clara reconoció la llamada a convertirse en «colaboradora del mismo Dios y apoyo de los miembros vacilantes de su cuerpo inefable»[17].

Me gusta pensar que Clara ha vivido esta dimensión con Francisco, tan débil por las misteriosas marcas impresas en su frágil cuerpo. Me atrevo a pensar que la hermana sostenía a su hermano en el Espíritu, ante todo para llevar la carga de una comunión tan singular con Cristo crucificado.

¿Qué habría pedido semejante signo a Francisco y a su relación de fe con el Señor? ¿Cómo habrá madurado, en consecuencia, su oración?

Las Alabanzas y el Cántico nos dejan percibir algo. ¿Cuáles fueron los sufrimientos que experimentó para participar con Cristo en la reconciliación y la paz de todas las criaturas? ¿Cómo no pensar que Clara, por su parte, apoyó a Francisco con su presencia discreta y su oración?

¿Sólo vio aquellas misteriosas marcas en el cuerpo ya sin vida del Poverello? ¿O podría haber curado sus heridas, al menos con ardiente deseo, como parece aludir en el sueñovisión del pecho? Clara, con gran libertad de lenguaje, narra que se ve a sí misma subiendo por una escalera alta, con la agilidad del afecto, llevando los signos del servicio humilde -la jarra, la toalla- para llegar a lo alto de la escalera a Francisco, ya conformado con Cristo, que le ofrece el pecho al que repetidamente la invita a acercarse: «ven, recibe y mama»[18].

Francisco recibe de Clara, «impronta de la Madre de Dios»[19], la compasión y la intercesión maternal, pero en una audaz reciprocidad, es ella quien se encuentra como hija en posición de recibir. ¿Cómo no vislumbrar en ella una singular “Piedad” franciscana?

Creo que Clara intuyó los afanes pascuales de Francisco y participó en ellos. No es casual que su enfermedad siga precisamente a estos acontecimientos. ¿Podría haber sido ésta también su forma de apoyar a Francisco y los frutos del don de amor que recibió?

Queridas hermanas, las saludo en esta memoria de los Estigmas, que he intentado leer brevemente con ustedes en el corazón de la experiencia de Clara. Ustedes pueden realizar este camino a través de la experiencia cotidiana del seguimiento, en la dimensión esponsal de su vocación vivida en la Iglesia para el mundo. También a ustedes se les dice hoy: «Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la nutre»[20].

Es con este impulso que nos recordamos unos a otros en la oración de alabanza e intercesión, para protegernos mutuamente en la vivencia según el Evangelio, la verdadera perla preciosa que el Señor nos ha confiado en la Iglesia para el bien del mundo.

Con la Bendición Seráfica, las saludo con afecto fraterno. Fraternalmente,

 

Fr. Massimo Fusarelli, OFM
Ministro general

 

 

Santa María de los Ángeles a 1° de agosto de 2024
Apertura del Perdón de Asís


Prot.113299/MG-40-2024



[1] Leyenda Mayor (= LM), IX,1.

[2] LM, IX, 2; cf. Vida de Santa Clara Virgen, 30

[3] LM, XIII, 5

[4] Alabanzas del Dios Altísimo 1-2

[5] 1a Carta a Santa Inés de Praga (CtaCla1) 13.

[6] Proceso de canonización, XVII testigo, 3

[7] CtaCla2 6-7.

[8] CtaCla3 7.

[9] CtaCla1 13b.

[10] CtaCla1 24.

[11] CtaCla3 4.

[12] CtaCla3 25.

[13] CtaCla1 14.

[14] CtaCla2 7-8.

[15] Sermones de diversis. II. De sanctis. 37. De Sancta Agnete virgine et martyre, 10. 15 : Opera San Bonaventura XII/2, p. 95. 101.

[16] VI, 2: Opera San Bonaventura XII/2, p. 359.

[17] CtaCla3 8.

[18] Proceso de canonización, III testigo, 28-29.

[19] Carta proemio dirigida al Sumo Pontífice acerca de la Leyenda de santa Clara virgen.

[20] San Juan Crisóstomo, Catequesis 3, 19: cf. Oficio de Lecturas para el Viernes Santo