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mayo 13, 2024

Carta del Ministro general por Pentecostés

Fr. Massimo Fusarelli, ofm

“Ahora, el Espíritu me impulsa a partir... ” Hechos 20,22

500 años de la llegada de los primeros Hermanos Menores a México

 Prólogo

En su discurso a los ancianos de Efeso, el Apóstol Pablo resume lo que es su vida misionera.  Reconoce el Espíritu del Señor Crucificado y Resucitado como el protagonista de su largo camino y el alma la misión. Es Él quien lo guía, lo dirige, lo empuja a salir de si mismo y mucho más allá de otros confines.

Si Pentecostés nos hace siempre escuchar esta brisa del Espíritu, este año su soplo es peculiar por el recuerdo de los Estigmas de San Francisco, que nos devuelve al centro de nuestro carisma, vivir el Evangelio siguiendo las huellas de Cristo pobre y crucificado. Bajo esta luz, recordamos que hoy, 13 de mayo de 2024, es el V° centenario de la llegada de los primeros Doce Frailes Misioneros a Veracruz, México, enviados por el Ministro general, Fr. Francisco de los Ángeles Quiñones, en la libertad del espíritu, alma de toda vocación misionera. Es un acontecimiento singular e importante en la historia de la Orden al cuál se le ha dado muy poca atención. De hecho, entre luces y sombras, se trata del proyecto más completo e importante para la evangelización de los pueblos en América, una verdadera respuesta al don del Espíritu.

 

Vivir según el Santo Evangelio

Muchos frailes zarparon hacia las Américas impulsados por el deseo de vivir y proclamar el Evangelio a través de un fuerte impulso hacia la reforma de la vida franciscana y de la Iglesia para un mundo nuevo. Estos “Doce primeros franciscanos” –y muchos de los frailes que llegaron después– procedían de las corrientes del reformismo español de la época. Pertenecían a la Provincia de San Gabriel, el origen del movimiento más riguroso del franciscanismo español del siglo XVI. El ideal misionero de estos frailes nació en un contexto de lucha por un estilo de vida basado sobre dos puntos fundamentales: el radicalismo evangélico y el eremitismo contemplativo, en el clima de la libertad del espíritu que llama a vivir el Evangelio. Asimismo, la formación intelectual de algunos de estos hermanos desempeña un papel importante en su comprensión de la misión evangelizadora.

El objetivo concreto del ideal misionero era, en sus orígenes, bastante vago, desde la misión a los pueblos de Oriente, hasta la misión a los pueblos descubiertos en la misteriosa América. Por otro lado, recordemos que en 1524 ya estaba en marcha la reforma de la Iglesia, promovida por el agustino Martín Lutero, y que uno de los frailes que intentó venir a México, Fray Juan Glapión, participó en la Dieta de Worms del 1521. El primer proyecto de organización de la Iglesia en México, de 1526, nos da una idea del tipo de reforma eclesiástica que ideaban estos primeros franciscanos.

La vida franciscana como misión es muy clara en las instrucciones que el Ministro general, Fr. Francisco de los Ángeles Quiñones, dicta a los primeros Doce. “Puesto que van a sembrar el Evangelio en los corazones que aún no lo han recibido, procuren que su forma de vida no se aparte de él. Y esto lo harán si vigilan diligentemente la observancia de la Regla, que se fundamenta en el Santo Evangelio, observándolo pura y simplemente, sin glosas ni dispensas” (Instrucción).

Motivados por la obediencia del Ministro general, los primeros franciscanos en México replantearon el modelo de vida de sus hermanos en España, basado en eremitorios y pequeñas comunidades, para dedicarse a la evangelización y atención pastoral de las comunidades indígenas en las ciudades recién conquistadas de México. El desarrollo de su presencia en poco tiempo fue muy grande. Parte de ello se debía a que el estilo de vida de los frailes era al principio muy parecido al de los nativos, sencillo, humilde, despojado de pretensiones.

Podemos reconocer entonces cómo la primera fuente de una misión renovada fue la dimensión contemplativa y penitencial del carisma franciscano.

 

Conversión continua, anuncio del Evangelio y aspiración al martirio

En los dos documentos misioneros con los que los franciscanos fueron enviados a México por el Ministro general, “Obediencia” e “Instrucción”, quedan muy claros tres elementos: la vida ejemplar, el trabajo de conversión y el deseo de martirio. Para el Ministro general, la prioridad en la misión es la forma de vida. Son características presentes desde los orígenes de la Orden. A lo largo de los siglos, las circunstancias culturales en las que se formaron los proyectos misioneros han cambiado, sin embargo, los elementos mencionados han estado siempre presentes.

En la “Instrucción” destaca la exigencia de que la forma de vida del misionero no debe basarse en elementos externos, ceremonias y costumbres, sino en la “observancia del Evangelio y de la Regla”, cláusula que explica la libertad de espíritu evangélico con la que actuaron los frailes en México. Convencido sobre la importancia del testimonio de vida, el Ministro general pidió a los frailes que vivieran en comunidades y en las ciudades “porque el buen ejemplo que verían en vuestra vida y modo de vivir sería una ayuda a la conversión tanto como las palabras y la predicación”. Estas intuiciones son de gran valor.

En el texto de “La Obediencia”, el Ministro vuelve a decir que el envío de los hermanos a México tiene lugar “cuando el día está cayendo a la hora undécima”: había, pues, un fuerte sentido de un momento en la historia que exigía una llamada urgente a la conversión y a la decisión.

 

El contraste entre diferentes culturas

Entre los aspectos importantes para comprender la misión franciscana en México se incluyen no sólo la vida eremítica y contemplativa de los primeros frailes, sino también la influencia que el entorno religioso y cultural del humanismo renacentista tuvo en estos ideales, así como en las culturas a las que se dirigía la misión.

En su largo viaje misionero, la Orden Franciscana ya había tenido contacto con grandes culturas antes de llegar a México. Lo que marca la diferencia reside en que el conocimiento de las culturas de los países de China ya existía en la Europa medieval, mientras que en Europa no se conocían las grandes culturas de México y partes de América Central.

Fue, por lo tanto, de un encuentro completamente nuevo, no exento de dificultades, para entrar en un mundo desconocido y “totalmente diverso”. De ahí que naciera una realidad en parte nueva, con el deseo de un tipo diferente de vida franciscana e incluso de Iglesia. Esto también fue posible gracias a que bastantes de los primeros frailes que llegaron a México, junto con su testimonio de vida, estaban dotados de un sólido bagaje cultural, gracias también a los aportes que el Renacimiento estaba realizando a la cultura: el interés por las artes, las lenguas y la etnografía. La comprensión del mundo indígena incluía, sorprendentemente, su religión, reconocida por algunos como una ventaja y no sólo como algo que había que eliminar.

Sus mentes estaban abiertas y eran sensibles a lo que encontraban, incluso los que se dedicaban principalmente a la vida eremítico-contemplativa. Por eso también podían imaginar ver el nacimiento de una nueva Iglesia, cercana a la primitiva por la simplicidad y pobreza de sus medios, libre del peso de las riquezas y de la pompa externa, incluso en la liturgia, capaz de vivir entre los indígenas, superando los modelos europeos de obispados y privilegios. La vida religiosa vivida en verdad era el modelo al cual inspirarse.

Y claro que no podían faltar las sombras de este camino. El riesgo de establecer una “conquista espiritual” junto a la colonial; ver las religiones locales sólo como algo demoníaco que hay que erradicar; considerar a los nativos como “infantes”, “groseros” y “bárbaros” que hay que corregir; de una cierta rapidez en la evangelización, que no permitió una inculturación más completa. El sincretismo religioso fue un efecto de ello, con sus claroscuros. El encuentro de dos mundos no ha sido tan fácil y a menudo parece haber coincidido más con la imposición del europeo, en detrimento del nuevo. Los millones de muertos entre los indígenas son un recuerdo muy doloroso. A partir de la relectura de estos acontecimientos complejos y, por tanto, del proceso de purificación de la memoria puede nacer una historia renovada. Nos ayuda lo que los Sumos Pontífices han repetido y lo que el Papa Francisco hizo suyo en su carta del 27 de septiembre de 2021 al Presidente del Episcopado Mexicano: “Por eso, en diversas ocasiones, tanto mis antecesores como yo mismo, hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales, por todas las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización”.

 

La misión de hoy para nuestra Orden

De la memoria de los primeros frailes en México, podemos recibir luz para nuestro presente. En efecto, redescubrimos cada vez más que la renovación de la vida de seguimiento y la misión caminan de la mano. Esta última, en efecto, no corresponde a las obras y servicios que se nos piden y en los que parece que nos realizamos. La acción evangelizadora brota de una auténtica experiencia vida según el Evangelio, como hermanos y menores contemplativos en misión entre y con los pobres.

Si queremos una renovación de nuestra acción misionera hoy, se necesita crear una nueva vida, es decir, elegir como hermanos la primacía de la relación con Dios, de una vida verdaderamente fraterna, de una sobriedad de vida y de trabajo que no nos aleje demasiado de los más humildes, de una misión que se vive conjuntamente en la pasión por la paz y la casa común. No es una opción, sino un imperativo para el hoy y para el futuro.

Desde una vida franciscana capaz de reformarse continuamente, podemos encontrar también la alegría de traspasar nuestras fronteras, de dejar atrás comodidades y seguridades que nos anestesian y nos hacen olvidar la belleza y la pasión de nuestra vocación de hermanos y menores.

Siempre me pregunto con más insistencia si la escasez de vocaciones misioneras entre nosotros hoy no se debe precisamente a la ilusión de una pasión por la vida franciscana, demasiado a menudo hecha coincidir con ciertos ministerios pastorales. El anhelo de renovarla profundamente y no sólo con palabras, atreviéndose a más, será fuente de misioneros en todas partes.

A los que me preguntan insistentemente cómo va la Orden, me gustaría responderles que va bien allí donde me encuentro con frailes animados por estas inquietudes y con la voluntad de empezar a realizarlas, mientras que va mal allí donde nos contentamos en seguir con lo que hay, sin una nueva mirada sobre la vida y hacia el futuro. No podemos exigir a los hermanos más jóvenes que se limiten a continuar lo que la historia nos ha legado y que conservamos, a menudo pasivamente, convencidos de que es lo mejor para el anuncio del Evangelio hoy.

Estoy íntimamente convencido de que el Espíritu nos pide urgentemente otra cosa: que tengamos el valor de dejarnos empujar más allá de nuestras seguridades, incluso pastorales, para imaginar y comenzar a vivir una vida franciscana “nueva” en los modos y en los medios, apoyada en una adecuada preparación para la misión. El objetivo de todo sigue siendo la comunión con Cristo pobre y crucificado, anunciado a todos como el Salvador, que en todas las lenguas, culturas y credos hace resplandecer su Amor humilde y redentor.

El relanzamiento de las llamadas “Nuevas Formas” de vida y evangelización, la reanudación de ciertas presencias misioneras de la Orden, la reflexión sobre nuevas formas de organizarnos en territorios donde las formas jurídicas que tenemos ya no parecen suficientes, la necesidad de poner en marcha nuevas realidades incluso a nivel de Entidad para acompañar las posibilidades y los gérmenes de un renacimiento, todo esto no sólo es necesario, sino urgente, es una verdadera llamada del Espíritu hoy.

Que la memoria de los Doce primeros frailes en México y de quienes les siguieron

nos estimule a superar fronteras y obligaciones que nos parecen insuperables, y a dejar circular entre nosotros el soplo del Espíritu, que hace nuevas todas las cosas no sólo el día de Pentecostés, sino siempre, porque sin su “santa operación” no seríamos nada, sólo tristes guardianes de museos. En cambio, deseamos mucho más en esta época de la historia, ¡lo cual es una gracia para nosotros!

Junto con la renovación de nuestra vida en el lugar donde estamos, recuerdo que la Orden en este momento necesita urgentemente misioneros, particularmente en Marruecos, Turquía y Rusia, y ciertamente en Tierra Santa. También recuerdo la misión en el Amazonas y el valor de nuestra presencia con los indígenas de no pocos países. Hago un sincero llamado a los frailes que se sienten llamados a vivir en estos países para anunciar el Evangelio con la vida y, cuando le plazca al Señor, con la palabra: ¡respondan con generosidad y confianza!

Varios lo están haciendo en otros lugares y la vida se reanuda.

Esperando que este Pentecostés sea de luz para una nueva vida en la misión, les saludo con la Bendición de San Francisco.

Fraternalmente

Fr. Massimo Fusarelli, ofm

Ministro general

 

Roma, 13 de mayo de 2024

Prot. 113139/MG-19-2024